Muchos de ellos llegaron al país como esclavos de los conquistadores. Resultaban servidores muy fieles debido a que despertaban el recelo de los indígenas y a que, por su color y la marca que tenían en la mejilla, eran fácilmente distinguibles.
Prácticamente no podían huir, pues rápidamente eran apresados y restituidos a sus amos. Más adelante, durante el período colonial, se convirtieron en sirvientes de las casas. Muchos de ellos eran diestros artesanos.
También se les asignaba trabajo en los lavaderos de oro y en las estancias, donde se desempeñaban como capataces, bodegueros o encargados del ganado. Las mujeres se dedicaban a las labores domésticas, la preparación de pan o a la confección de prendas.
En general, los esclavos eran bien tratados ya que resultaban muy caros. Su alto precio se explicaba por la dificultad para traerlos a un país tan apartado.
En ocasiones los esclavos eran arrendados a otros españoles para que ejecutaran determinados trabajos. Algunos se empleaban en sus horas libres, recibiendo un salario por ello. Si lograban el dinero suficiente, podían comprar su libertad, al cabo de muchos años.
Además de las mezclas raciales citadas, en la América colonial existían otras con nombres bastante extraños. Algunos ejemplos son:
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